(cuarta parte)
Primeros pasos (primera parte)
Mi nombre es Juan y soy un alcohólico.
Esta es la primera frase de alto contenido terapéutico que decide el proceso de cambio y da forma a la experiencia de una rehabilitación. Cala a fondo esta afirmación, y sin embargo durante muchas 24 horas, no significara sino el deseo del iniciado de quedar bien, por una mera fórmula de presentación, como muchas del llamado mundo de afuera.
Efectivamente nada representa para el mundo emocional del alcohólico la afirmación que, de manera consciente, a manera de formulismo, comienza a repetir cada 24 horas en sus sesiones de recuperación en el seno de nuestros grupos.
La admisión es definitiva para el inicio de nuestro proceso de recuperación, sin embargo, es un hecho real la incapacidad de nosotros los enfermos alcohólicos para tomar conciencia de nuestra realidad, esta ha sido empañada por un deseo consciente volitivo de no enfrentarla por los efectos de nuestra ingesta alcohólica y de nuestra inveterada costumbre de inautenticidad desde el punto de vista espiritual. Todo, dentro de un grupo de alcohólicos anónimos, esta matemáticamente medido y sería trágico que de golpe y porrazo tuviéramos que enfrentarnos a una realidad que siempre temimos y aborrecimos.
Ningún esfuerzo de nuestra parte hará que podamos saltar el necesario compás que marca el misterio de nuestra recuperación. Cada hora y cada minuto esta contemplado en un reloj y en un calendario que nos pertenece. Es en estos primeros pasos, en donde de repente sentimos que algo del proceso de nuestra actividad se ha detenido, que una nueva dimensión del mundo ha sido descubierta por nosotros, y de repente los contornos abismales de nuestra tragedia, van cambiando su perfil y toda la negación se va diluyendo en un mar de positividad.
Es definitivo que un manto protector comienza a arroparnos, los compañeros afirman uno y otra vez, esta experiencia de un cambio drástico, nada hay más difícil que la practica de nuestro programa, todo va en contra de nuestros deseos naturales, sin embargo, para el recién ingresado todo es fácil, todo es euforia y contentamiento. Se han descubierto las primeras muestras de una gran veta, que falta mucho por explorar, y así, el impaciente se vuelve paciente – el negativo, positivo, el iracundo – comprensivo, todo esto con una singular facilidad.
Todo es trascendido en ese paréntesis rosa de nuestra recuperación, algo parecido a la verdadera tranquilidad. Es la muestra y la promesa, el camino está empezando, los propios padrinos comienzan a desconcertarse algunos, nuevos aún, se desesperan con un ahijado que da muestras de tener mayor sobriedad, mayor fortaleza, mayor profundidad, mayor convicción que la del propio guía.
Cuando insinúa el nuevo está viviendo la nube rosa, este responde que es falso, se siente agredido, aun cuando le complace saber que es enviado por otros más viejos en el grupo y que tal vez no han obtenido aquel estado que el está viviendo tan interesadamente.
Es impredecible el tiempo que dura este maravilloso estado (inconciencia bendecida), augurio promisorio, de ese nuevo mundo que está por descubrirse.
Ajeno e inmune a todo intento de bajarlo de su nube rosa, el nuevo flota sin aquilatar la realidad, las horas van pasando y la primera copa no ha hecho su aparición. La luna de miel puede durar días, meses y tal vez años, esta será precedida de otras lunas de miel, de otros estados muy similares; aunque nunca iguales a este primero.
La bondad de Dios ha enseñado al iniciado que le ha tomado la palabra, que se comienza a sellar la amistad, que después de esto, cualquier vicisitud no será más que nubes de tormenta pasajera, que el poderoso abrazo del SEÑOR está en nosotros.
Grupo 24 horas de Alcohólicos Anónimos de servicios gratuitos “La Montaña”
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